19 junio 2007

Decir en la escritura

Lo importante es este fuego que lo conmueve todo por igual -lo que viene en el Viento y lo que está en mis entrañas- este fuego que lo enciende, que lo funde, que lo organiza todo en una arquitectura luminosa, en un guiño flamígero bajo las estrellas impasibles
León Felipe.

Y entonces, ¿porqué la palabra?
Herir la perfección del silencio solo para verlas brillar como dagas en plena noche.

Acaso las palabras necesiten un lugar, y si ese fuera el caso, el suyo podría inventarse en los pulsos de la necesidad.
Necesidad de agrandar el mundo. El mundo del amor, del dolor, de la historia, de los sueños, de los miedos.

Vamos y venimos por las calles del día y necesitamos dar voz, darnos, a la carne de ese tránsito incierto donde merodeamos el misterio de estar siendo.

Cuando se hacen escritura, las palabras son raíces en la forma, naciendo del silencio de la lengua madre.
El magma de la existencia se fragmenta en objetos, brillantes y opacos, cada cual en su cuerpo, narrados narradores de una historia posible.
La escritura funda el espacio de la experiencia, no solo su representación sino la extensión misma donde los aconteceres se pliegan y despliegan, el lugar donde pulsan las fuerzas de lo que adviene.
Piel que abraza la piel del horizonte. Ombligo que respira en la vastedad del silencio.

Nos funda el baño en el lenguaje. Mar primigenio, las palabras nos arropan a la hora de nacer y deambular el mundo.
Vestiduras en la intemperie del anhelo de vivir.
Ataviados con los nombres del mundo, ceñidos a lo atávico de la lengua y a sus presentimientos, echamos a andar los territorios donde batallan el surco y el hambre, donde el hombre espera un mundo por venir.

¿De qué hablan las palabras?
¿Acaso hay alguien del otro lado de esta piel de papel?
Indefensión que busca abrigo en la palabra dándose las incardinaciones (los puntos cardinales) donde esperar la llegada del sol cada mañana.
La lengua de la madre, la experiencia de la lengua materna, inscribe los periplos del deseo en las derivas de la materialidad y se hace cuerpo en nosotros.
Abrazo del fuego, el aire, la tierra, el agua, el tiempo, en un magma de símbolos que hacen cosmos.
Casa de la tradición en que las filiaciones reverberan en las palabras con que somos invitados a lamer el mundo.
Mapas donde las generaciones nos muestran el camino a casa. La palabra es cartografía de un regreso que funda desvíos entre el cielo y la tierra.

Marcas que nos inscriben en el seno de la comunidad, que nos alojan, y hacen posible la participación en la cultura.
Caldero de las luchas de poder donde cada qué anuda un punto de la trama.
Idioma de la presentación del Otro en la elaboración de las propias narrativas.
¿Quién se queda con la última palabra?
¿Para decir qué?
Juegos de apropiaciones y expropiaciones en torno a los lugares de saber, de decir, de escribir, de hacer público, de imprimir constelaciones de sentido donde colonizar y descolonizar el deseo.

Matriz de subjetivación donde vamos componiendo un modo particular de hacer mundo, de estar en él.
Las palabras recuperan, recuerdan, repiten la pulsación de recorridos pre establecidos, paternidad de las reglas diseñando la rítmica de lo cotidiano.
Urbe, urdimbre de gestos, arquitectura del código componiendo prácticas.
Recuerdo en la acción de lo que va diciendo se. Modos del sentir y del pensar donde lo colectivo y lo personal se emparentan, grafías de advenimientos en tensión, en contradicción.
Somos escritos por la mirada del otro, por sus prácticas, por lo que nos da en herencia constituyéndonos.
Somos también lo que escribe el exilio, la imaginación, el accidente. Quiebre de la presencia como consistencia, como duración, como completud. Quiebre de lo extenso del texto de la existencia en intensidades diseminadas, tránsidos enmarañados de conexiones provisorias, apócrifas.
Contra dicción a los saberes del diccionario.

La experiencia del lenguaje es la experiencia de nombrar el mundo, de representarlo para aprehenderlo, gesto apropiativo que hace al cuerpo, narrándolo.
Piel en la alteridad, donde habitar y ser habitados.
Construcción que se macera como quehacer de la percepción. Impregnación desde la sensorialidad del espesor del universo, de sus particulares encarnaduras, y de nuestro íntimo modo de decodificar esas impresiones, esas presiones, donde la dimensión de lo biológico y lo psíquico se entraman y hacen a la corporeidad.

La escritura es movimiento. Decir en la escritura.
Pregnancia de lo real que retorna ex-presado, ¿retorna como exterioridad?, en la acción, amasamiento de la carne, sus potencias y las representaciones que lo habitan, marcando y desmarcando los bordes del campo de lo posible en la experiencia cotidiana.
Traducción en la acción, tracción del decir ,de los flujos de la sensorialidad, la emoción y el pensamiento.
La percepción y la expresión aparecen como momentos de composición de la subjetividad en el campo de una trama vincular ¿Cómo deslizarnos con ellas eludiendo el dique de las nociones de interioridad y exterioridad?
La experiencia de la corporeidad es la de una travesía en la incompletud de territorios topológicos, donde la racionalidad binaria adentro- afuera es permanentemente desbordada, no en una fusión informe, sino en arquitecturas infinitamente más complejas y plagadas de matices.

Espacios también del corte, de lo disruptivo.
Fallas, fracturas que como en los bloques tectónicos del cuerpo de la Tierra, dan cuenta del movimiento y la transformación del paisaje.
Decir, decirse, ser dicho en la escritura.
Pasajes entre la oralidad y lo escrito, entre lo instituyente y lo instituido, lo diurno y lo nocturno, lo temido y lo soñado, lo propio y la extranjería.
Pasajes en la continuidad y en el salto.
Hilvanes de lo identitario que se destejen en el fragor del azar y la invención.
Quiebre de las simetrías ¿Quién pulsa la mano que escribe?
¿A qué sujetaremos eso que las palabras rozan tras las máscaras del autor?.
Acto de narrar y narrarse. Acto de desamarrarse de las orillas del vientre materno.

Darse un cúmulo de signos para desplegar los tiempos de la existencia: la evocación, el anhelo, el vértigo de lo que acontece.
La escritura compone múltiples temporalidades cualquiera sea el tiempo del verbo en que se enuncia, anuncia.
Trama de pulsos entre lo arqueológico de la lengua y lo que dice un anhelo por venir.
Arquitectura del instante donde el espesor del ahora compone la rítmica de una especialidad donde el deseo busca alojarse.
En la fragua narrativa, la mirada, propia y del otro, se desliza palabras mediante, entre lo indecible del silencio y las trincheras del discurso.

¿Cómo escribir las grietas? ¿Cómo escribir la quietud?

La escritura compone múltiples velocidades. Se agita, verborrágica, en argumentos infinitos que alimenten la inteligencia de los inteligentes.

La escritura respira en sus pausas. Anida en el ritmo donde se demora para que las palabras deslicen un matiz. Palabra del vacío germinativo, de lo blanco del espacio y del momento en blanco. La palabra evoca sonoridades que quedan engarzadas en el silencio, en la imagen de sus signos.
Inspirar y exhalar, las palabras traen a la boca viva del mundo las cosas que piden ser nombradas.
Buscar palabras, extraviarse, para que algo del acontecer pueda decirse.
Desvío de la vitalidad que permita contemplar el escenario de los días.
Vía ardorosa explorando la necesidad y el sueño.
El acto de escribir se construye como marca de la experiencia.
Huellas de una historia de múltiples versiones, torsiones, donde amarrar la evanescencia del vivir, atadura de la carne al signo, ligaduras al tiempo y al espacio, malla de sostén en el vértigo de la propia vida.
Acto de religar los fragmentos en el naufragio de la forma.
Construir imágenes donde sentidos y sinsentidos disparen líneas de fuga en las certezas de lo extenuado.
Quizás lo más sólido de las palabras sea ese aliento que las impulsa a ir más allá de sí, de lo que nombran, como gesto de invención, como potencia ficcional para que anverso y reverso de la vida encuentren puentes.
La escritura proyecta un tránsito hacia otro y espera ser hallada.
Habitar la escritura como el imperativo de un llamado donde engendrar horizontes de posibilidad.

Hilván del movimiento de la vida, anudamientos conque cercar, acercar, un mundo en común al fuego gregario.
Escribir, mordedura y aliento en la boca del mundo. Dar letra al fabulador. Ese capaz de robar las certezas del origen.

El acto de escribir funda un espaciamiento en la voracidad del decir, demora, reposo del cuerpo en lo escrito.
Palabras frente al trajín del viento que todo lo lleva.

Detrás de mi hay unas huellas sucias; delante, el guiño de un relámpago en la sombra y dentro de mi corazón , un deseo rabioso de saber cómo me llamo
León Felipe

Las ideas, los signos, los pulsos del cuerpo se inscriben y hacen texto de la experiencia.
La letra se aleja del propio cuerpo para ser contemplada, para ir hacia otro. Para guardar memoria, para ser olvidada.
Juega a apropiarse de lo propio y de lo ajeno.
Se inscribe, describe, en el decir de otro.

Mis palabras, tus palabras, ¿a quién fueron robadas?
Nacer, crecer, fundar mundos. Tomar por asalto las palabras en el cruce de todos los caminos.

Alfabetos cotidianos donde el mundo se repite a sí mismo, horror del espejo, y se desmiente.
Deslizamiento de las ataduras en la lengua del mundo.
En la escritura las imágenes del cuerpo componen marcas a ser leídas, por uno mismo y por un otro.

Marcas que se acunan entre la literalidad de lo que nombran y la metáfora que señala matices no lógicos de la experiencia.
Acto de quemar el centro del mundo en una sola noche.
Saberes provisorios de palabras ambiguas. Señas para compartir el dolor, el amor, el miedo. Gestos en la soledad.
El acto de escribir es gesta de supervivencia en la desmesura de existir.
Acción de gestar instantes de reposo, más acá del horror, al abrigo de las palabras.
Germinación de la espera.
Abre la palabra lo que se pliega de nosotros en el sueño.
Sabe vislumbrar las sombras y alimentar jaurías.
Hablar en lenguas la palabra en que se cifra la rosa, jardín adentro, en el corazón del mundo.

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