19 junio 2007

Exilios del cuerpo

Ustedes están frente a mí. Infinitamente lejos, infinitamente otros. Yo estoy tan cansada que casi no los puedo pensar.
Entonces, por cansancio puro, por pura impotencia, abro los ojos, y los miro, ahí.
No puedo nombrar, y no nombro.
No puedo elegir, y no elijo.
No puedo decir nada, y me callo.
Estoy sentada porque no tendría fuerza para sostenerme en pie. A ustedes les pasó de todo, les pasó una vida. Fueron animales, pulmón, inmigrante, avispa. Estaban en una cosa, fueron a parar a otra.
A mí no me pasa nada.
No tengo con qué.
No tengo ganas.
Entonces, por cansancio puro, por pura impotencia abro los ojos y los miro. Ahí.
Son un racimo de hermanos en la especie, un retazo de sueño compartido, son un montón de transpiración en común, y una pila de brazos, piernas, panzas.
Yo no tengo a nadie.
Y ni siquiera podría extrañarlos.
Apenas me alcanza para mirar, casi como un topo ciego que palpara, inmundo, la agitación rosada de tanto labio, mejilla, nariz, frente. Y el revoltijo de los pelos. Y cierto temblor y pedazos de miradas. Ahí, tan humanos, tan cuerpo.
Ustedes, frente a mí, por puro cansancio, por pura impotencia.”

El sujeto hace masa. El adagio freudiano retorna en el fin de siglo para interrogar las prácticas, los dispositivos, el sustrato teórico de las experiencias.
Retorna para nombrar una vez más, esa sustancial discontinuidad sujeto-sociedad.
Discontinuidad que se proyecta, se refleja, se anuncia, en una constelación de conceptos y prácticas: yo, red, individuo, resonancia, comunidad y también, percepción, cambio, cuerpo y tantos otros.
Trabajando en grupo, trabajando con grupos, esta imposible relación sociedad sujeto, al decir de Bauleo, se me presenta, se me impone, como un enigma de cuerpo presente. Un enigma que reencarna en otro. Crear y repetir, como anverso y reverso de una misma potencia.
El cuerpo humano, como territorio diferenciado del organismo biológico que es su sustrato, es ámbito de lo social, no sólo donde el histórico social se plasma, sino sobre todo donde encuentra energía, derrotero, forma, para reproducirse y para crear.
Desde esta enorme usina que es el cuerpo humano, como parte de la naturaleza misma, la sociedad se expande y se contrae en objetos, símbolos, prácticas. De la arquitectura a las instituciones, de la noción de Dios a la cirugía plástica, del juguete a pilas al beso en la boca; el cuerpo humano, el “societario” cuerpo humano de cada uno de nosotros, se manifiesta como poderoso fecundador fecundado.
Entonces, ¿cómo interrogar al cuerpo en esta potencia? ¿Cómo explorar los ensamblajes con que da forma al estereotipo, al insigth, al síntoma, al aprendizaje? ¿Cómo demarcar en la cartografía corporal una zona de producción de estas intensidades del repetir y del crear, de la conservación y del cambio, frente a la vastedad, a la infinitud del cuerpo? Creo que este borde es la percepción.
El campo perceptual es una producción compartida que encarna esta discontinuidad yo-nosotros e instala una zona de juego donde fundar el mundo cada vez.
La percepción es diálogo de lo personal y lo social. Es la experiencia de dar nombre, de construir límites, de gestar la casa que habitamos.
En la percepción un mundo posible va al cuerpo, hace cuerpo, en tanto organismo modelado por el imaginario social, por el deseo y su derrotero histórico. En este sentido la percepción es diálogo con otro y es construcción de la subjetividad, es campo de la repetición, de la reproducción, de las estructuras del poder en el sujeto; lazo, nudo donde el ser es sujeción en el social.
La percepción pone en escena un modo de estar en el mundo, encuentra enlaces con la cosmovisión de su época, es la red en el sentido de que reviste un aspecto colectivo, aún en su intensa singularidad.
La percepción es eco de la historia, es la inscripción en el cuerpo del acaecer del mundo. El imaginario social modela la percepción en un abanico que transita de lo posible a lo imposible de ser registrado.
La percepción cosmoniza porque marca el tiempo, estableciendo ritmos, invariancias, secuenciando la experiencia, construyendo territorio en la especialidad, la piel con que vestimos el mundo.
La percepción es el sostén del mito personal, grupal, social. Es la narración que da cuenta de la existencia, que organiza la angustia de la incompletud, internando al sujeto en su cuerpo y en el mundo.
El adentro de la percepción es esta doble faz, que se materializa, que se plasma en una información. Por eso percibir es un acto expresivo donde la tensión creación-repetición pone en juego las pertenencias, de qué totalidad somos partes y cómo, de cuál estamos excluidos.
Este entorno de lo social es tatuaje en el cuerpo, lo marca, revela su dimensión mítica, lo inscribe en ella.
La percepción sumerge al sujeto en una raíz milenaria y este retorno es también su fuerza innovadora, creando la posibilidad de nombrar el mundo otra vez. Es desorden, desestructuración, pero sobre todo apertura, nueva información, recursos para la transformación. Báscula entre repetir y dar nombre a lo inédito.
La percepción es la posibilidad de deconstruir una identidad abroquelada, de deconstruir al sujeto como unicidad y abrirlo a lo múltiple. Establece demoras, puntos de condensación donde resignificar la versión de sí, la versión del mundo.
Puede ser el pasaje al misterio, al absurdo, el pasaje por lo siniestro.
La percepción cosmoniza en un sentido divergente al de la historia y construye grietas en su sólido cuerpo fecundando lo inédito en esas rajaduras. Presta su hacer a la novedad del sujeto que siempre es otro como el río.
La percepción sostiene el cuerpo de la historia, lo nombra cada vez, y al nombrarlo va dejando instantes azarosos, nuevos, instantes feroces como espadas, para despedazar una certeza milenaria y otra cada vez. Fundación silenciosa, provisoria del existir.
El trabajo desde la improvisación intenta acompañar al sujeto en esta exploración. Pone marcas en un recorrido, es un reconocimiento de sí que territorializa una diversión, una divergencia, un desvío a la historia.
Muchas veces se plasma en un impasse que busca demorar la percepción de lo informe, acentuar esta sensación, dejar que habite el cuerpo y lo moldee. Esta demora facilita abrir la sensibilidad al caos para construir en forma gradual registros más minuciosos, variados, desconsensuados, diversos, para descubrir canales de resignificación, de recreación de la subjetividad.
Apertura al asombro de sentir algo no previsto, de sentir la imposibilidad de sentir, de sentir el miedo a sentir, de sentir la ansiedad de sentir.
En el cuerpo que percibe dialoga lo mítico con lo informe, se articulan múltiples tiempos y espacios, que dan cuenta de un mundo posible y un mundo anhelado.
La sensibilidad es la puerta al placer y al dolor de existir y la posibilidad de estar presente en el presente. Presencia de la conciencia que no siempre es presencia desde el consciente. Presencia en el sentido de habitar mucho más que en el de explicar, describir, verbalizar.
Los recursos con que la improvisación estimula la percepción transita el trabajo corporal, el uso de objetos, las escenas, y sobre todo el uso de la metáfora.
La metáfora deforma, dirige la reflexión, imprime contexto a la percepción y transforma, tensiona, problematiza sus contenidos.
La percepción cosmoniza y la improvisación deforma, apela a la experiencia, a la experimentación como extrañamiento, como conjuro. La improvisación busca convocar al extranjero que nos habita.
La percepción, cuando hay demora, cuando es un estar que puede ser explorado en alguna medida, desafía, pone en suspenso el mundo del sujeto. Toda unidad se vuelve provisoria, queda suspendida y se fisura. La falta, la incompletud, el vacío impacta la identidad del sujeto, lo desmiente y en este sentido lo expulsa del linaje que lo albergó.
Este movimiento abre intensidades, devenires que potencialmente habilitan al sujeto, al grupo, a la experimentación. La experimentación como acción deconstructora que lleva siempre implícito el soportar la desilusión de cierta completud de lo dado, la improvisación intenta potenciar esta capacidad en el sujeto como un paso en la construcción de autonomía.
Frente a un histórico social que globaliza, la percepción enfoca, pone foco (¿fragmenta?), sobre todo desilusiona para abrir el juego de la multiplicidad, de lo diverso en la escena del poder.

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