21 junio 2007

La acción como advenimiento del cuerpo (primera parte)

La acción amasa una ausencia: el cuerpo.
Como si una vida no alcanzara para terminar de nacerse, de darse a luz, y anduviéramos así, henchidos de fatigoso anhelo, atareados a punto de estar vivos, cada vez.
Vacío en el que nos erguimos, acción que repite y crea en eso que no puede nombrarse.
La errancia de nuestro existir va poblándose de huellas, de imágenes de nosotros mismos. Ahí nos buscamos en la intemperie del día.
Mínimo abrigo en el desafío de una vida incierta.
Aconteceres que se alojan antes de caer en el vértigo de la vitalidad.
Existencia que es acción del encuentro y del desencuentro, despliegue de sensaciones y significados, trama del espacio y el tiempo que lo alberga.
Vitalidad que se inscribe en la palabra, el gesto, el movimiento, la intuición.
Acción de existir que en el acto de crear se conoce a sí misma, se aprehende y se goza en la belleza de la encarnadura.

Nunca hubo más fuerza original que ahora,
ni más juventud que ahora,
ni más senectud que ahora,
ni habrá jamás más perfección que ahora,
ni más cielo, ni más infierno, que estos de ahora.
Instar…Instar…Instar…
Walt Whitman

La plegaria invita al banquete de una urgencia inasible, voluptuosa.
Aliento que invoca a todo lo que existe a hacerse presente en la mesa de los días.
Instar.
Plenitud de la sed, evanescencia que busca habitarse. Perseguimos su estela como añoranza de nosotros mismos.
La acción convoca esa voz que anuncia y calla.
¿De dónde viene el cuerpo?
Balbuceo entre el cielo y el infierno, el cuerpo parece llegar en los pulsos de la percepción, hermenéutica donde el mundo hace piel, hueso, sangre.
Torsión en el camino de lo sensible, alquimia que crea la carne. Despliegue de fugacidad que abriga a la existencia.
La acción cobija un cuerpo diseminado en cada punto del tiempo.
Sintonías no lineales, presente, pasado, futuro; quiebre en la lógica de la sucesión que en la huella del cuerpo reúne la fuerza de lo que permanece y, al mismo tiempo, lo que inaugura. Composición de instantes: espacios de sentido en la intemperie del cuerpo.
Demora en la forma de múltiples fuerzas.

La acción deviene topos, red en que las partículas de mundo se reúnen, acto, enlace de grafías en la infinitud.
Encuentro que forja expresión, el cuerpo es siempre cuerpo en otros cuerpos, gestualidad que se precipita en los signos del mundo para conservar y subvertir.

La recepción acompasa al mundo para que pueda ser albergado.
Lentitud, que ensancha la sensación, la emoción, la idea.
Dramática corporal, reflexividad, cosmos que enuncia, pliegue del acto en la extensión, cuenco que celebra lo nuevo en la tradición.
Como en un laberinto, la consistencia del cuerpo descansa en sus intersticios, vacuidad en que mundo y cuerpo son uno, donde lo nacido y lo muerto amasan el tempo de cada pasión.
Atrás, al futuro, arrojo que se ha salvado de la evolución, extravío del origen.
Cada época inventa un cuerpo mientras todos ellos fugan con la indómita belleza de lo que no puede ser apresado en ninguna representación, más que por un instante.

¿A qué buscar el cuerpo en lo diurno de la cultura?
Vibra en la nocturnidad que la voracidad del espejo no puede alcanzar, ausencia en la forma, vacío del acto.
Profundo y oscuro como el océano, el cuerpo es silencio.
La acción clama por lo irreductible de esta carne sin límite, espesor del tiempo y del espacio en que busca habitarse.
Recogimiento que irradia.
La acción busca al cuerpo creándolo, y en ese afán se da contextos de sentido, cuerpo de la cultura, cauces para lo insondable. O mejor, la acción lo hace venir en historias y utopías para extraviarlo.
Ficción de la consistencia, de la encarnadura como máscara a través de la que suena una voz en extranjería, orfandad que se resguarda en la matriz de un relato cualquiera.
Rostro sobre el fulgor de la ambigüedad que no puede reducirse a cantidades.
Máscara como pasaje del misterio y del caos a lo familiar, antropomorfismo que cosmoniza.

¿Cuántos cuerpos hay entre nosotros?
El héroe, el monstruo, el hilo, cada cuerpo es todas estas fuerzas diseminadas en el laberinto de la acción, vitalidad y devastación desplegando un destino gestado cada vez.

Fabulaciones entre lo ordinario y lo extraordinario de cada día, infinitud de acciones, cosmogonía de un advenimiento posible.
Casa sobre arena a merced del viento, el cuerpo es la casa del Sujeto, una corporeidad amarrada a las certezas de su época, arco tensado entre el origen y el porvenir.
Blindaje de la filiación que devora la novedad en las máscaras de antiquísimos rituales.
El Sujeto hace del cuerpo su instrumento, su posesión.
Ceñida al orden de la historia, la acción es lugar de identidad, donde el cuerpo emerge como arquitectura de fuerzas que buscan arraigo en la cultura.
Inmerso en las ataduras del Sujeto, el cuerpo intenta volver al misterio de lo vivo, vitalidad transversal, corta planos de enunciación y anuda fragmentos.
Desujetado de los disciplinamientos de la representación, el cuerpo deambula nuevas receptividades, nuevas expresividades donde hacerse.
Atadura deslizada que sospecha la diferencia.
Desvío en la narración, tachadura en la novedad.
La acción insiste en la ausencia y de la perturbación hace cuerpo, dimensión conjetural del lenguaje para habitar lo indecible.
Geometría del signo, movimiento que en las líneas de fuga explora su existir.
Conjetura, el cuerpo se hace territorio y deja como estela el mundo.
¿Quién es el cuerpo?
El cuerpo es otro, pues no hay más vida que aquella que soporta el rostro fulminante de la muerte.
La muerte como presencia del corte, del movimiento, discontinuidad en el dinamismo de la vida.
Equilibrio, completud, sentido, verdad, bien.
La muerte es lo otro, tránsito en la alteridad; nos vuelve vulnerables y entonces, quizás, la belleza puede tocarnos.
La urdimbre de lo vivo es fragmento.
¿Infinitud de lo que vive?
Toda experiencia, todo contacto con lo vivo es siempre fragmentario. Derrumbe del umbral de representación, vacío pleno.
Fragmento vivo y fértil, vecindades sin contigüidad; colectivo capaz de engendrarse en un cuerpo, en múltiples cuerpos, igual a sí y diverso cada vez.
El acto creador se abraza a una soledad radical para nombrarse en lo que crea.
Pero no hay soledad sin fundación del otro. De otro que es un misterio tan vasto como quien va a su encuentro.
Soledad de crearse en otra piel.
Subjetividad sin suturas, íntimo e infinito, lo abismal del encuentro sostiene la soledad cobijando a otro donde hallarse.
Acción de gestarse sin posesiones que se derrama en invención.
Toda existencia es génesis que se consuma, estado de asombro.
Movimiento que constituye al sujeto de la acción, y lo aniquila para que advenga el cuerpo.
Mestizaje entre las gestualidades y el vacío, ubicuidad del anhelo, movimiento que, mucho más que el sentido, busca a la vida misma.

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