21 junio 2007

La acción como advenimiento del cuerpo (segunda parte)

La acción es tiempo, cambiar y permanecer de lo que existe y se despliega.
Vamos siendo, tránsito que puebla la búsqueda, el hallazgo, el extravío de eso que hace cuerpo.
Borde de temporalidad que entrama transcurso y duración. Intensidad de la persistencia, donde la acción se prolonga y reverbera tejiendo la piel del mundo.
Insistencia de la carne en hacerse presencia para alojar el anhelo y su descanso.
Imbricaciones de lo sucesivo y de lo simultáneo que funda, como en un cuenco, los pliegues del acontecimiento.
Morar la vida, hacerse extensión, un aliento inasible que intenta cifrarse.

El impulso creador es ese momento de la acción que busca transformar.
Exploración, titubeo en lo incierto que va horadando las certezas en el transcurso del que emerge.
Tensión entre el cauce de fuerzas, de ideales y prácticas consolidadas, y el palpitar de deseos.
Tensión, punto en el tiempo y en el espacio, que es forma, imagen a ser desgarrada.
Figurabilidad de magnetismos en pugna, quietud expectante a punto de ser desbordada.
Vitalidad que emerge y se apropia de las imágenes que una época, una comunidad, producen para diseminarse en secuencias discontinuas, en momentos de visibilidad e invisibilidad, al interior de férreos ensamblajes.
Movimiento de la diferencia que se desvincula al interior de las conexiones dadas.
Lo que vive mueve, muta, se desliza en sus ataduras.
La experiencia, como reflexiona el filósofo Juan Carlos De Brasi, es tajo de la mismidad desde el acontecer de la repetición, acto de fallar que produce porvenir. Momento en que se aniquila cierta exterioridad del tiempo, en tanto “lógica de la represión de temporalidades subjetivas” (De Brasi, Juan Carlos. La explosión del sujeto. Editorial Grupo Cero. 2º ed. Bs. As).
Mucho más que artilugios estéticos, aniquilar el tiempo como exterioridad, construcción de una atemporalidad activa.
¿Estamos en el cielo del dios judeocristiano?
No es la eternidad inmutable de las esencias, es la aniquilación del movimiento secuencial de toda representación, movimiento de lo dialéctico, movimiento de la causalidad, para inaugurar la existencia que más que un ir hacia, es el movimiento de estar con, movimiento vinculante, cohesión que disemina. Atemporalidad en tanto acto que no queda nominado en un lugar unívoco de la flecha del tiempo.
Demora en que se expande como tiempo hipersubjetivo, sin cantidad.
El acto habita la fisura, el corte de la línea de tiempo.
Intensidad en que la acción deviene pulso.
Borde entre dos infinitos, el acto es grieta.
Máxima vulnerabilidad de ser todo el tiempo del mundo, un infinito desplegado, consumado, que irradia.
Es que la acción que crea es irradiación.
Construcción de un tiempo que no es secuencial.
Hendidura del espacio hábitat, del espacio continente del ser, res extensa, pura cantidad a ser descripta.
El acto aniquila al hábitat y funda el mundo, que no es una cantidad.
La grieta, no lugar donde el ser cae, verticalidad urgente, desborda la “materialidad” del tiempo y del espacio, su exterioridad, como aquellas cualidades mensurables de todo acontecimiento.
Combustión que no puede ser albergada por la forma.
Estado de contacto, irradiación hecha marca, transformación, cambio que se produce en la matriz del contexto. Esta marca obra testimonio de un estado, símbolo de la presencia inaprehensible que adivino, deformidad reveladora del carácter inaugural del acto.
La obra es constitución de un signo, espacio de inscripción, tiempo de una interpretación, duración. Siempre remite a otros signos pues emerge de los trazos que el contexto ha dejado en ella.
El acto creador, salto y caída, ilumina cualquier espacio que quiera ser constituido para desmentirlo. Pura cantidad, imagen despejada, el contexto es fuerza original devorada por la historia. Masticación putrefacta, rigor mortis, el contexto.
Todas las posesiones del ser, mundo de la representación y del sentido, son en las fauces del contexto.
Arrojado al acto, el ser abraza el vacío, es vacío y sólo allí se nombra.
La espacio-temporalidad constituye el reino de la historia y la naturaleza como representaciones colectivas del ser.
Inasible para la conciencia, es creado, aprehendido, por vectores que modelan la percepción de aquello que desborda toda representación, la existencia.
El contexto hace del ser objetos, pasaje de la existencia inaprehensible al ente cuantificable de la vida social y natural.
Hace del ser un objeto discernible al que le suma unas fuerzas cuantificables también, dinamismos mecánicos subsumidos a la lógica de la causalidad, o de la dialéctica.
Un mundo razonable aún en sus incertidumbres, un mundo posible de legar.
Mundo de la acumulación y del progreso. Mundo que avanza con el motor de su “lógica interna”. Mundo de la evolución, de la progresión y del sentido.

El acto de crear inaugura el espacio como topología, como estado deseante, y hace presente el misterio de una vitalidad entrópica, en caída. Vitalidad que se expande degradándose hasta alcanzar su punto máximo, la consumación, vacío de la forma. Como la exclamación de Oliverio Girando en su poema Pleamar:


Nada ansío de nada,
mientras dura el instante de eternidad que es todo,
cuando no quiero nada.
Mucho más que múltiple, misterio.
Arrasa un mundo de símbolos, de lenguajes, de prácticas devaluadas, para que el misterio tome la consistencia, el espesor, del contacto. Conocimiento en términos de estado, no de razonamiento. Comunicación de una vibración que irradia.
Saber es estar ahí.
Misterio de la belleza que vibra con una intensidad deconstructora del mundo.
Se existe en la incompletud. Se existe en la falta.
Cuando mira la finitud como un mal abrumador que la modela, la subjetividad padece.
Padecer es habitar el mito del origen común, de la perfecta unidad, acostarse en el altar del sacrificio para que Otro haga en mí.
El impulso creador renuncia al padecimiento y abre el camino a la contemplación del dolor y a la vivencia de la belleza que transforma la subjetividad y el mundo.

No hay comentarios.: