19 junio 2007

La improvisación como experiencia de desafiliación (segunda parte)

La mesa del poder

El consumo ha significado fuertemente al sujeto de este tiempo. No es sólo el trabajo lo que ha otorgado una matriz de subjetivación sino el acceso, que la venta del trabajo permite, al consumo de bienes que dan ser. Pertenecer es tener los abalorios de tal o cual grupo, y esto es vivido “per se” como un privilegio. El hombre contemporáneo parece una estructura que resulta de la sumatoria de objetos consumidos. Somos lo que comemos, somos lo que leemos, somos ropaje. Ser y tener, un continuo en la percepción del hombre de este tiempo.

Estamos afiliados a esa enorme matriz, a esa red sutil, poderosa, el continuum social que nos recibe al nacer, y después también.
El continuo social sobre todo se reproduce a sí mismo, pero también se desmiente. La desmentida es vacuidad del ser, desafiliación. No hay reproducción sin desmentida. Desmentida que alberga novedad, sin razón, al idiota de la familia. Esa poderosa fuerza con que el hombre se separa estando, un acto subversivo que va más allá de sacar los pies del plato para crear el espacio más allá del plato, desterritorializar, desafiliar. El hombre desposeído de identidad, la identidad del linaje. Acto que inaugura la deriva, un fluir hacia sí, hacia otro, menos previsible, imposible de sumar a lo anterior y sin embargo, humano sin ley ni función. A salvo de cualquier sentencia, peligrosamente expuesto a sus propias nutrientes en exclusividad. Este corrimiento, esta ruptura, queda en suspenso, ¿de cara a la muerte?
No es lo mismo dejarse fragmentar por el histórico social, sus disputas de poder (cómo “ponen la mesa”), que fragmentar la certeza de quién es uno e intentar alguna otra cosa. Desafiliarse del destino, desmentir el mejor pronóstico y largarse a llover en cuerpo y alma, un acto de fe radical diferente de la postura intelectual de la incertidumbre. Un hacer ser y no la reivindicación de la muerte. Este gesto es una larga construcción que se aprende, se intuye, se practica, se comparte. Invoca al azar pero no es fruto sólo de él.
Cuando el poder pone la mesa, esa no otra, muchos sólo mirarán comer. El hambre de los mirones es parte del banquete. El poder, como erótica, no podría prescindir de esta mirada. Los muchos que padecen incluidos en la feroz voracidad de pocos. En la exclusión no hay desafiliación. Los excluidos habitan con su sufrimiento el territorio que el poder les ha otorgado.
La desafiliación es desborde de la ley que marca los límites del mundo.
La ruptura en la certeza de ciertas pertenencias sociales es fisura por donde deconstruir modelos hegemónicos. En este sentido la desafiliación conlleva implicación, la posibilidad de elegir. O por lo menos, habrá un aspecto menos mecanicista, menos exterior al sujeto en la desafiliación, antes que simplemente plantearla como la pérdida de un lugar social que ocupó a partir del cambio en los patrones de producción, consumo y distribución de la riqueza. No se trata de negar que esto suceda, ni tampoco de minimizar el enorme daño que deja en el cuerpo social.
Es más bien, no cerrar la perspectiva en este nivel y pretender que sólo nos queda por delante resolver cómo volver a incluirnos. De lo que se trata es de intentar penetrar de algún modo la cocina de las nuevas territorializaciones. Toda inscripción, todo análisis es ya territorio. Por momentos, circula cierto apresurado consenso en dar por “globalizado indefectiblemente todo”. Y, en realidad, todo o algunas cosas están por verse.
Si los grupos siguen siendo en alguna medida espacios dialógicos entre el sujeto y lo social, las estrategias del poder apelan a la fragmentación de estos espacios de metabolización y producción creadora, en dirección a aumentar el control social, el disciplinamiento, en un momento de intensa transformación. Existen en el presente enormes dificultades para que los grupos permanezcan en el tiempo, sosteniendo un objetivo de transformación. De todos los obstáculos, el más paralizante tiene que ver con el sentimiento de que todo cambio es imposible porque la libertad es imposible. Una vivencia de sujeción extrema a las condiciones sociales. Recuperar en los grupos la posibilidad de disentir y transformar parece el desafío. Este aspecto de resistencia tiene que ver con elegir un hacer que ante todo es hacernos y des-hacernos. En ese sentido es una práctica reflexiva. Una práctica que reflexiona sobre lo previo y apela a explorar. El trabajo en improvisación propone a los grupos, desde esta perspectiva, experimentar.

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